POR: ANTONIO ESTEBAN AGÜERO

PRELUDIO CANTABLE

De nuevo,

nuevamente,

como hace tres mil años,

cuando Homero

soltaba mariposas,

pájaros,

dioses,

arqueros

y barcos

en medio de las plazas,

al borde de los patios,

sobre las azoteas claras,

en ciudades de muros herrumbrados,

y la gente

-marineros,

campesinos,

soldados-

disputaba lugares para oírle,

regresemos al Canto.

  

Como al viejo país,

y a sus banderas,

que una vez traicionamos;

como aquél que regresa

luego de un ciego, largo

difícil, triste viaje

al hogar de los padres y comprende

que allí esperaba lo buscado.

  

Porque si nosotros

desertamos

¿qué será de los Hombres

entre los números frenéticos,

los conceptos abstractos,

las leyes que vencen la alegría,

el acero, el asfalto,

la penumbra gregaria de los cines,

que vulnera la lumbre de los machos

y corrompe la savia de las hembras,

los trenes subterráneos,

el olor al petróleo y al aceite

quemados,

la anémica hierba de los parques,

los departamentos cuadriculados

donde gimen las flores y agonizan

los niños de mirar anciano,

y el yermo

oscuro cielo

sin campanas,

estrellas,

tempestades

ni pájaros?...

  

¿O es que ya no tenemos sangre,

ni corazón caliente

como sol en el pasto,

ni pies caminadores,

ni prensiles manos,

ni la hoguera del sexo

quemándonos,

ni frente con verdes fantasías,

ni garganta, ni labios,

ni oreja que ansíe ruiseñores,

ni mirada sedienta de praderas,

ni el instinto mágico

que nos une a las bestias,

a la tierra y a los astros

por venas sutiles,

por raíces agudas como garfios?...

  

Vosotros: los traidores,

minúsculos estetas

que destiláis veneno de una rosa

destruida por pintores abstractos,

vosotros: los selectos,

los exquisitos

los asépticos y asexuados

que escribís para el oído electrónico

de los robots mecánicos,

¿por qué no bajáis de las torres

y quemáis las heladas bibliotecas

donde guardáis ratones y mentiras,

y hundís vuestros barcos

y volvéis a la tierra nuevamente,

a caminar descalzos

por la tierra desnuda y poderosa,

sucia de pueblo y polen,

impura de animales,

hojas secas

y barro?...

  

De nuevo,

nuevamente,

como hace tres mil años;

ocupemos la silla abandonada

en la casa del Hombre,

a la orilla del pan que nos sonríe

con su cara de trigo

milenario,

a la vera del fuego,

en la sombra del patio,

junto a la sal y al vino

y al reloj cotidiano.

  

De nuevo,

nuevamente,

como hace tres mil años,

hablemos la lengua que comprendan

el corazón 

y los nervios humanos,

el idioma secreto de la Vida,

donde cada vocablo

tiene olor,

y calor,

y sabor

como las frutas en verano

y acaricia la boca que lo vierte,

y la oreja que lo recibe,

y la cuerda del aire donde el eco

continúa vibrando.

  

¿Por qué no cantar

en el idioma humano,

tan lleno de músicas antiguas,

por maréas de sangre circulando,

difícil y diverso,

mutable y extraño,

para que el obrero

comprenda nuestro canto,

y el campesino después de la cosecha

y el profesor universitario,

y el niño

y la joven casada,

y el anciano?...

  

Nuestro corazón,

con su forma de siempre sobre el tiempo

no ha cambiado

ni puede cambiar mientras el Hombre

tenga pies, tenga manos,

y el pulgar oponible que transforma 

en mensurable realidad los sueños

y los fantasmas imaginados;

nuestro corazón antiguo,

corazón cuaternario,

desde siempre salvaje,

para siempre patético,

contemporáneo

de la fecha de sílice,

los helechos más altos que los cedros,

las serpientes aladas,

y el arquero emplumado,

donde brota la luz cada mañana

con el mismo temblor iluminado

de las prímulas silvestres

sobre el pecho del prado.

  

Retornemos al Pueblo,

recuperemos cantando

la confianza del Pueblo que perdimos

sirviendo a los amos,

divirtiendo damas melancólicas,

lamiendo látigos,

vendiéndonos,

mintiendo,

traficando.

  

No nos importe nada

si vedan las puertas de repente

con decretos y púas de alambrados,

no nos importe nada,

construyamos el Canto,

nuestro íntimo Canto colectivo,

germinado a la sombra de la sangre

y entre las olas de su pulso claro.

  

Y salgamos

por las calles del mundo

a caminar de nuevo entre los hombres;

salgamos,

vestidos de niebla, con la ropa

de los vagabundos y los humillados,

por los caminos donde llueve luna

y sopla el libre,

-oh, ¡todavía libre!-

joven y verde vendaval del campo;

salgamos

por las calles del Mundo,

mendigando

un mendrugo de pan

y otro de sueño;

salgamos 

a golpear en las puertas,

con un tímido golpe,

en toda puerta,

para dar nuestro Canto.

De viva voz,

con tono de verso murmurado,

con voz de varón adolescente

que descubre el amor con la muchacha

a la vera de un árbol,

como ladrón que lleva

los diamantes robados,

así, de viva voz,

secretamente,

el poema o la canción digamos.

  

De repente el hombre de la casa

en la creencia de que escucha pasos

llegarase a la puerta con el miedo

en los ojos, y el cansancio

del que mora en la cueva de la angustia

para escuchar la sombra del asfalto.

-No era nadie- dirá luego -Nadie;

sólo el viento de otoño, el aire sólo

que transita descalzo...

Y tornará a su sitio, ante la mesa,

a la par de la esposa y el chiquillo

que duerme en el cielo del regazo...

Y yo, el Poeta,

seguiré cantando:

  

Un canto que nombre la esperanza;

viento y marea de pájaros;

cigarras sentidas en la siesta;

la fatiga de espaldas sobre el pasto;

las miradas estrellas que nos miran;

el minero cuando quiebra el cuarzo;

las nubes que pasan con la lluvia

sobre desiertos de metal quemado;

sembradores que siembran con el alba;

cosechadoras de racimos claros;

muchachas y el nombre que dibujan

sobre la almohada del horizonte blando;

los ríos y el cielo sobre ríos;

el festival de los álamos;

arroyos que fluyen entre piedras;

el deseo que asciende y el abrazo;

los niños que juegan y en el juego

nos recrean el mundo que habitamos;

las colinas redondas y lejanas;

el esplendor de los caballos;

el olor de la hierba cuando crece;

las florecitas de perfume alado;

la noche y el soplo de la noche

sobre los cabellos despeinados;

el fuego dormido en la madera;

las bestezuelas de calor intactos;

la piedra también porque la piedra

contiene el misterio planetario;

el Sol tantas veces como sea

sobre los cuerpos ávidos;

la Vida no más, la Vida sola,

más allá de la Muerte y el Pecado;

lo viviente no más en la frontera

del universo carnalmente humano...

  

De nuevo,

nuevamente,

como hace tres mil años,

cuando Homero

soltaba golondrinas,

milagros,

arqueros,

sirenas,

y barcos,

en medio de las plazas,

al borde de los patios,

sobre las azoteas claras,

en ciudades de muros herrumbrados,

y la gente

-marineros,

campesinos,

soldados-

disputaba lugares para oírle,

regresemos al Canto.